sábado, 26 de noviembre de 2011

Reynaldo Jiménez en Boingo Bong 01

Boingo-Bong, 2008, Buenos Aires, ed. tsé=tsé


Posfacio de Reynaldo Jiménez, fragmento. 


Ante el enigma múltiple de la presencia, Boingo-Bong invoca, intermitente, el espíritu tribal. Soma cordial: suma grial. Corpórealegría. Alegato de para entre otras reciprocidades. Cuasi deíparo (digeridor de dioses entre el krill de cosas). Recolección de palabras cual hongos jamás cultivados, dando: muchos paseos en estrato, alto contraste, cosechas concurrentes de insignificancia. Tan inseguro, sin embargo, si multívoco. Libro que no para de dejar hablar. Disparparabinario. Flux. Y aquende serpentino: repentismo sincrético. Pro entrance de un Oriente Oh riente Ohiriente. Desliza interpelación conectiva, glissando con delay en una afinación irrepetible. Perfor¡m!ar. La intervención verbal se apasiona, hace al devenir tribal. Paisajistán adonde dirijimos los cuarenta ladrones / influidos todos los reinos / bajo la misma cofiambulante campana. En todo este cantar las cuarenta, se deja subyacer una nota furibunda. Selvagema introspectiva. Fibrátil. La fuga desde el cardumen civil hacia la tribu ramificante, la asume inseminador el entusiasmo. Paran de marcar el paso, por un momento, mientras lanzados a leer por entre el pespunte microtonal, las supremas purezas de la Mensura. Los censos gravitatorios. Los versos de cronograma. Y entonces: el cardumen, de nuevo, nuevo en su sitio. Reversibilidad del versor. Donde el poema baja al son del bongó tumbal, asimétrico. Tumbadorar desierto. Halo fugitivo en cualquier parte. Todas las partes del poema bien podrían ser entradas. Y seguir entrándole sin espera a la microespesura. De tal suerte, desalienta su desafuero, y desmorona, cualquier prepotencia civilizatoria. Esto en sentido del Hombre, civilizado, y sus tremendos atributos de pretensión. Y sus tribulaciones sin tripulante en carne viva. Lo cual distraería, pretende distraer, las intensidades. E impone concentrar las singularidades —no son carnadas sintéticas, verás— en un punto de vista, sino medio.Y a cambio de nada, se sube a lo intermedial. Y se da el lujo de viborear el laberinto para sacudir, aparte el esqueleto, el organismo funcional. Qué raro caminamos / como sacando ancas por dar volumen a las sintonías / ¡tan del esfínter despegamos y no por esfinges sino por vibrantes! A la arrogancia del absoluto, inclusive, en algún momento se la tuvo que tragar, como todos nos, Nakh ab Ra. Y digerirla. Adán, en trance de llegar acá. Diseminar lo anfibio. Insuflar prodigios a su alcance, contradicción adentro. Dejarse tragar. Luego, habiendo pasado por el laberinto entripado, ser asimismo excretado y reabsorbido humus sapiens. Y parido vuelta a vuelta por la parca, destetado hasta los poros por palabras. Y luego. El mareo matérico. El encantamiento de las ínfulas, cimbronazos, emanaciones. Porque sobre todo obra el tacto, al dar con el textil, el antiguo semblante del libro, el encanto. Libro primitivo, cuyo sostén no “problematiza” ni secretea a voces clave alguna a resolver. Además: urdimbre y trama desventran, aúnan ritmo. Y ritmo es lo que exponen al desgaire: la entraña, voluta tántrica, guirnalda calibán. Escribir tal cual viene ello, todo ello, colocado, coloca: cada maderita, aporta a la red para atrapar fugas una nutria. Irse, así, de hocico hasta perplejar. Desacumulación es la paradoxa de ilesa red. Pescar las nuestras ánimas, locuela tarea del perplejizador. Un danzarín. Él va inventando, según bordonea los influjos que le llegan, como esos transvenenos de los mitos. Según el clima, curación o curare. La cabeza suprema, por supuesto, va en el tajo. Es un veloz descanso. Gira insomne con su relacionar. La trenza fugitiva del incursor de a poco se hace mecha encendida. Y, como un apestado de mirares la cabellera recién hachada, se sacude y rasca los semblantes. Mucha, la concurrencia bajo la quemazón acuática de esta voz. Fogonero insecto cuyas alas rozan auras. Las cuales, para ser, no estaban a la espera de nadie. Súbito el poema no es ya del reino de la necesidad. Cobra el libro, espectrograma, lumbregrafía, emoción portátil, no taxativa. Y esa inmensa anonimia implicada en la emoción, no sabe del bostezo ni del sometimiento. Vueltas carnero, pues, sobre la duna: inscripciones son entidades. Traspasan el tópico. El panóptico antropocéntrico. El polifémico tic de unidimensionar. De ahí que el soma sea cantante. Concurre lo permeable. Resemantiza el matizar inagotable. Y nadie alcanza. Una capa tras otra se rebenquean las existencias, / estelas por fustazos del spark y las sombras granos de café. Se conjugan las identidades conmovidas. Conjuran la superstición de su existencia entre límites. Promueven intersticialidad. Entidades del hiato, cifrámenes de un mundo quemándose el minuto, en que el transmutante en el desautor se permite aflorar. Flora y fauna él, en busca, no de perduración en lo sólido (“otra propuesta literaria”) sino de desvío multiplicador en lo, como mínimo, sinuoso de una compuesta politonal. Dar, por hacer caso, sigue siendo ofrendar. Lo cual puede consistir elásticamente. Un percibir el vuelo en el descenso que va, de lo exploratorio asombrado, a lo no-humano. Ahí donde, de haber continuidad, sería siempre la mezcla. Quien observe se verá absorbido por gracia de los intercambios. Gracia es otro nombre de sinrazón. Sinrazón quiere decir habitar la carne. Quiere preguntar, ante el culto a la entropía, por el ara de la epifanía. A semejante advenir, no exento de bravura, con afectuoso desafío, interpelará Nakh ab Ra a quienes durante tramos variables nos vayamos, circenses, con su compañía: ¿Creían que estaban empezando a escucharme, hermanos? Lo que cifra, a su vez, no sería apenas hermético, plusgatillo de encerrona. Ni “más de lo mismo” en fórmula hereje, en impotencia de parodiares o en turismos de ruptura. Las estirpes aquellas podrán a su turno esperar, si lo prefieren. O continuar como si nada con sus guerrillas interestéticas. Sus disputas intestinas por la última palabra estelar o razón dominante o posesión de La Inteligencia. Boingo-Bong (¿adónde reverbera lo que trae?) cultiva además el desamparo de origen, que ya no requiere sutura. Chequeo bichesco, siempre avanza, no se detiene en su instantáneo saber, nunca da su brazo a torcer a un ideal de armonía. Ni da de beber su sangre de archibrazo a un apego de pesadilla al precio —como todo precio empobrecedor— de un Real. Aunque fuese “alucinógeno: tal la superstición y ferocidad del sujeto económico. Ni un real ni un sol ni un peso ni un marco ni una lira. La deriva no paga. Y es que nos construimos en tantas partes y no en una sola / pelo a pelo con el cabellorama de la pangimnasta balnearia / que a esta altura sintetizamos hasta el cráneo que asoma en el pan, / el menstruo vivo del vino, / asimilamos cualquier arteria-obstructor, cualquier fosilizado avatarema de religar / y nos fumamos sus huesos.

reynaldo jiménez